A veces pienso que la falta de inquietudes es uno de los graves problemas del ser humano. Nos solemos conformar con poco y nos quejamos demasiado por no tener más. ¡Menuda contradicción! Y digo que es uno de los graves problemas del hombre porque con el tiempo he comprobado que la pasividad que tanto practicamos nos hace más infelices.
Conformarnos nos lleva a la rutina, al aburrimiento y hace que la vida sea solamente una constante sucesión de días sin ningún tipo de novedad. Además, estoy convencida que esta actitud nos lleva a ser peores personas, a hablar de los demás y a criticar a todos y a todo sin remilgos con la intención involuntaria de crear un enfrentamiento que nos provoque algún tipo de excitación.
Creo que la Historia corrobora esta idea, ya que si Mozart, por ejemplo, no hubiese tenido inquietud por la música no habría dado al mundo 41 sinfonías, 61 divertimentos, 22 óperas, además de diversos adagios, marchas y serenatas. De la misma forma, si Albert Einstein hubiese sido un ser pasivo, ¿cómo habría evolucionado la ciencia sin la Teoría de la Relatividad?, ¿Qué sería de la literatura sin las obras de Shakespeare o Cervantes, o de la Historia del Arte sin las obras de Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci o Rafael?
Hay un sinfín de ejemplos que nos demuestran como las inquietudes mueven el mundo y, aunque pueden derivar en épocas armargas, sólo de esta actitud puede surgir lo bello de vivir.
Ahora, supongo, que estoy en uno de esos mejores momentos de mi vida, ya que después de sufrir un periodo de pasividad, parece que mis inquietudes han vuelto a resurgir y, pese a que nadie me puede garantizar que vaya a conseguir todo lo que busco, me siento más llena de vida con sólo intentarlo.